LA QUE PIDE PRESTADO

Hacia medianoche, en la penumbra, con la puerta entreabierta entre los dos apartamentos, – pues ellas son muy pudorosas y al estar en camisa, era únicamente mediante un poco de caluroso perfume por lo que se revelaba a cada una la desnudez casi completa de la otra, – las dos vecinas se hablaban en voz baja; ¡oh, bonito gorjeo en el silencio de la casa dormida!
–¿Escuchas, querida?
–¿Sí, qué quieres?
–Se amable, pues no sé lo que he hecho de mi borla de maquillaje, préstame la tuya.
–¡Eh! ¿y que harás a semejante hora?
–¡Curiosa! préstamela.
–Toma, aquí la tienes. Buenas noches.
–¡Espera! Nunca me vi tan apurada como esta noche. Figúrate que he extraviado el peine de concha con dientes de oro que utilizo para rizar mis cabellos ante el espejo del saloncito. ¿Me prestas tu peine de concha?
–¡Bueno! ¿De qué te serviría si vas a dormir?
–¡Dios mío! ¡qué mal escuchas las cosas! préstamelo, querido.
–Toma pues, y que duermas en paz.
–¡Espera todavía! ¡Qué prisa tienes en meterte en la cama! Todas las desgracias me suceden juntas. No puedo encontrar la llave del armario donde Roseta cuelga mis camisones. ¡Ten la amabilidad de prestarme uno de tus camisones, aquél de gasa negra tan ligero y tan transparente que, puesto encima con la camisa abierta, una parece una paloma sin plumas en una jaula de aire crepuscular, ¡préstamelo, querida!
–¿Qué necesidad puedes tener, a hora tan intempestiva, de una prenda tan diáfana?
–Ya te lo contaré mañana. ¿Cómo? ¿Vacilas?
–Es que debo confesarte que ese camisón precisamente está un poco arrugado…
–¡Mejor! me habrás ahorrado una buena parte del esfuerzo que tendría que hacer para simular una resistencia decente.
–¡Tómalo, pues! Pero confiesa que te muestras excesivamente exigente. ¡Mi borla de polvos de arroz, mi peine de concha, mi camisón de gasa! no podrías ser más indiscreta. Dado que estás de ánimo para pedirme tantas cosas, ¿por qué no me pides prestado también a mi enamorado favorito?
–¡Tonta!
–¿Eh?
–¡Tonta!
–¿Qué dices?
–¡Digo que eres tonta, querida mía! ¡Deberías pensar que te lo habría pedido prestado si no lo hubiese ya tomado!
Tras esas palabras, la puerta se cerró entre dos carcajadas. Pues ambas carecen completamente de celos y no son proclives a las disputas. Para más abundar, la prestamista no hubiese podido negar que esa noche precisamente, había olvidado poner de patitas en la calle al amante favorito de su amiga. ¡Ah! ¡qué bonitos intercambios! es muy natural entre vecinas hacerse favores durante la noche.

Traducción de José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes