LAS IRREPROCHABLES
LISA DE
BELVÉLIZE.- Dime, ¿Realmente lo piensas? Dime lo que sabes de eso. ¿Lo piensas?
MARTA DE LIGNOLLES.- ¿Qué, querida? ¿Qué es lo que pienso?
LISA.- Que...
MARTA.- ¿Qué?
LISA.- Que mujeres...
MARTA.- ¿Mujeres?...
LISA.- De la sociedad, de la alta sociedad, casadas, decentes, en fin, mujeres
como nosotras...
MARTA.- ¿Y bien?
LISA.- Tienen amantes.
MARTA.- ¡Sí!
LISA.- ¡No!
MARTA.- ¡Te aseguro que sí!
LISA.- Amantes... con quiénes ellas...
MARTA.- Seguramente.
LISA.- ¿En la cama?
MARTA.- Casi siempre.
LISA.- ¿Con la camisa puesta?
MARTA.- No siempre.
LISA.- ¿Completamente?
MARTA.- ¡Más!
LISA.- ¿Igual que con sus maridos?
MARTA.- ¡Mejor!
LISA.- ¡Pero eso es abominable!
MARTA.- ¿Qué me vas a decir?
LISA.- ¡Pero no se ha imaginado un horror semejante!
MARTA.- Ni idea.
LISA.- ¡Fíjate! Si yo supiese que una de mis amigas estuviese en ese caso...
MARTA.- ¿Y bien?
LISA.- Aunque invitase a las más buenas cenas de París, aunque recibiese a
duques y embajadores y fuese hospitalaria en su palco en todos los estrenos de
Sarah Bernhardt...
MARTA.- En definitiva, la mejor de las amigas.
LISA.- ¡Dejaría de recibirla!
MARTA.- Y harías bien, querida.
LISA.- ¡Oh! ¡no es que yo sea una mojigata!
MARTA.- No, no, tú no eres mojigata. Yo tampoco.
LISA.- Tú tampoco. Es cierto que, en la vida mundana, a menos que quieras pasar
por una provinciana o por una salvaje...
MARTA.- Es la misma cosa.
LISA.- ... Una está obligada a algunas concesiones con los hombres.
MARTA.- ¿Quién se atrevería a decir que no se está obligada?
LISA.- Pero todo tiene un límite.
MARTA.- ¡Estaría bonito si no hubiese límites!
LISA.- De ese modo, durante los valses, una se puede dejar apretar por su pareja
un poco más de lo indispensable, ¿no es cierto?
MARTA.- Sí, se puede.
LISA.- En las cenas, incluso cuando una está muy escotada, no hay inconveniente
en estarlo todavía un poco más, inclinándose, inclinándose cada vez más, como si
se estuviese furiosamente golosa del melocotón que se tiene en el plato.
MARTA.- ¡En ese caso sí que son divertidos los vecinos de mesa!
LISA.- ¡Ojos y resoplidos!
MARTA.- Una no sabe si van a tomar el melocotón en su plato...
LISA.- O en nuestros corsés. Y hay algo más divertido aún.
MARTA.- ¿Qué? ¿Cuando?
LISA.- Cuando no sirven melocotones. Cuando son bananas. Te has fijado en la
cara que ponen cuando nosotras pelamos, con nuestros dedos desnudos, la monda
verde...
MARTA.- ¡Lisa!
LISA.- Y cuando tomamos entre nuestros dientes...
MARTA.- ¡Lisa!
LISA.- La banana.
MARTA.- ¡Oh! ¡Lisa! ¡Para, Lisa!
LISA.- Y comprendo muy bien que, en el saloncito, al lado del salón donde se
baila, una deja su mano enguantada entre unas manos que no la quieren aflojar,
que una acepte, con un estremecimiento que no prohíbe ninguna esperanza, un
aliento cerca de los labios, o, en los pelillos de la nuca, un roce de bigotes.
MARTA.- Yo también lo entiendo.
LISA.- Pues están todas esas horrorosas casquivanas y esas actrices que hacen
todo lo que quieren los hombres.
MARTA.- ¡Las facilonas!
LISA.- No feas.
MARTA.- ¡Maquilladas!
LISA.- Casi tanto como nostras. En fin, en estos días una no tendría un solo
amigo si no se resignase a algunas complacencias.
MARTAS.- ¡Lamentablemente!
LISA.- Pero esas concesiones no tienen nada de reprobable.
MARTA.- Nada.
LISA.- Porque es simple flirteo.
MARTA.- Flirteo. Precisamente. Tú has dicho la palabra. Flirteo.
LISA.- Ni más ni menos. Y, el flirteo, se puede llevar tan lejos como se
quiera...
MARTA.- Más lejos incluso.
LISA.- ... Sin dejar de ser un mujer decente.
MARTA.- ¡Puesto que se trata de flirteo!
LISA.- Como yo.
MARTA.- ¿Tú?
LISA.- ¿Conoces al Sr. de Marciac?
MARTA.- Claro que sí.
LISA.- Hace fotografías en un palacete de la calle Weber.
MARTA.- Bueno.
LISA.- Pues bien, querida, ¡yo posé para él en su casa!
MARTA.- ¿En serio?
LISA.- Como te lo cuento.
MARTA.- Desnu...
LISA.- ¡Hasta la cintura!
MARTA.- ¡Oh!
LISA.- El muy imbécil estaba al borde de la ruina por culpa de la gorda
Constance Chaput, de las Novedades.
MARTA.- Tú te has compadecido.
LISA.- En interés de su esposa, que es amiga mía.
MARTA.- ¡Eso está bien!
LISA.- Otra cosa. Ayer, el Sr. de Valensole quería llevarme a toda costa a cenar
al cabaret...
MARTA.- ¿En el comedor general?
LISA.- No, en un reservado.
MARTA.- ¡Vaya! Lo rechazaste.
LISA.- ¿Por qué habría de rechazarlo? Estoy segura de mi misma. Y sabía que en
el restaurante no corría más riesgos que en mi salón.
MARTA.- ¡Si estás segura de ti? Da lo mismo, en reservado...
LISA.-¡Dios mío! cuando digo: reservado... había en el fondo, detrás de las
cortinas casi cerradas, – unas cortinas de satén japonés, deslumbrantes,
bonitas, divertidas, – una blancura larga y vaga como un misterio de nieve...
MARTA.- ¿Cómo, cómo, querida?
LISA.- Tu no imaginas – pero sí, te lo imaginas – hasta que punto son divertidos
esos sitios. En el pasillo, todo el tiempo, ruidos, risas, risas de mujeres, con
palabras... palabras... Y, algunas veces, personas equivocándose de puerta.
Fíjate, ayer, a las cuatro de la madrugada...
MARTA.- ¡A las cuatro de la madrugada!
LISA.- No estoy segura... A las tres y media... Alguien entró, equivocándose...
Pero no vio nada porque estábamos detrás de las cortinas, y tuve tiempo de
cubrir mi cabeza bajo...
MARTA.- ¡Debiste pasar miedo!
LISA.- Pero si todo eso no está mal... pues se trata de flirteo!
MARTA.- Evidentemente, puesto que es... Sin embargo los límites de los que
hablabas antes...
LISA.- ¡Ah! ¡hay límites... incluso en los límites!
MARTA.- Tienes razón. En cuanto a mí, el vizconde de Argelès a menudo ha querido
llevarme también a cenar al cabaret... Le he dicho que no.
LISA.- ¿Bah?
MARTA.- Pero ha venido a pasar un mes al castillo de mi marido. En el campo, es
más conveniente; el campo es sencillo, es decente. Íbamos a pasear juntos, solos
los dos, cuando los cazadores hubieron marchado. Hay, al final de un muy largo y
estrecho sendero un profundo cobijo de ramas y altas hierbas, algo como una
cueva de follaje donde no entra la luz del día; y allí, las horas eran tan
dulces, que por mucho tiempo que estuvieras parecía que solo transcurrieran unos
minutos; y pienso que una tarde nos hubiéramos olvidado de regresar a cenar al
castillo, si de repente, una pastorcilla que pasaba por allí no hubiese llegado
diciendo: «¡Tenga, señora, aquí está su falda que el viento ha transportado al
camino!»
LISA.- ¡Tu falda!
MARTA.- Sí, el vizconde había tenido la prudencia de poner una piedra sobre mi
vestido. Pero todo eso no está mal...
LISA.- ¡Puesto que es flirteo! Lo extraordinario, lo horrible, es que mujeres de
la alta sociedad...
MARTA.- De la auténtica sociedad...
LISA.- Casadas...
MARTA.- Decentes...
LISA.- En fin, mujeres...
MARTA.- Como nosotras...
LISA.- Tengan amantes. Y, fíjate, aunque lo pienses, aunque lo digas, tú que
sabes las cosas, no, querida, no, no quiero creerlo, ¡no lo creo!
Traducción de
José M. Ramos
para http://www.iesxunqueira1.com/mendes |