La Vanguardia, 18 de junio de 2014
Guy de Maupassant. Los domingos de un burgués en París. Traducción
de Manuel Arranz. Periférica.
Para entendernos: la estructura de este texto de Guy de Maupassant es similar a
la de libros como Cándido de Voltaire o, en un salto en el tiempo, a
Yo serví al rey de Inglaterra, de Bohumil Hrabal. Se trata de crear un
personaje peculiar e incitarlo a vivir aventuras capítulo a capítulo. En este
caso, tenemos un funcionario parisino, poco vivido, a quien el médico prescribe
ejercicio. Como es bastante hipocondríaco y teme ser víctima de un ataque de
apoplejía, lo sigue a rajatabla. Descartadas la práctica de la esgrima
y boxeo, por motivos que comprueba en propia piel, decide pasear por los
alrededores de la ciudad. En cada salida vive una experiencia distinta al
encontrarse con personajes que, poco a poco, le muestran la complejidad de una
vida que él, ingenuamente, creía controlada. Con eso ya tenemos un nivel de
lectura, el argumental y, por lo tanto, el más sencillo. Pero no olvidemos que
el autor es Maupassant.... Naturalmente, en las historietas aparece el retrato
de una época, la de los primeros tiempos de la República. Al inicio, el
personaje es un súbdito fiel del emperador e, incluso, mimetiza su aspecto
físico. Esta obsesión por parecerse al emperador acaba reportándole beneficios
laborales, ya que sus jefes en el ministerio, aunque se rían de él, aceptan
subirle el sueldo. Cuando cambian los aires y triunfa la revolución - poca
broma, que es la francesa-, todo el mundo cambia de camisa. Nuestro hombre
también. Así, se convierte en un burgués tricolor que va cantando la marsellesa
cuando la ocasión lo requiere.
Además del retrato del ambiente político, Maupassant habla de la situación de la
mujer. A lo largo del libro, ya hemos visto retratos de personajes femeninos con
la mala leche misógina característica de la época, pero en el último capítulo,
el autor coloca al protagonista en una reunión de feministas muy elocuente.
Las escenas de un París en ebullición, Maupassant nos la brinda con el mejor
humor y una mirada que deja bien retratada la condición humana, tal como saben
hacer los grandes maestros. Para empezar, la descripción del protagonista hierve
de ironía: el señor Patissot es un hombre lleno de esa sensatez que ralla la
estupidez, según se nos dice. Y más ejemplos: uno de los personajes rechaza el
sufragio universal al calcular que en Francia hay once mil doscientos cinco
hombres inteligentes, sumados a un ejercito de mediocres y a una multitud de
imbéciles. Y nos dice que en otros tiempos todo era mejor porque cuando uno no
sabía que profesión escoger se hacía fotógrafo y no diputado. Cómo han cambiado
los tiempos... o no. ADA CASTELLS