Le Figaro 10 de enero de 1892

DEL TALENTO Y LA LOCURA

 

Resulta formidable la cantidad de artículos que han sido publicados por los periódicos de París, desde hace ocho días, sobre este tema. El gran renombre, la elevada situación literaria de Maupassant, la popularidad de su obra, desde luego son un motivo por una parte; pero también hay que ver en un poco de ese egoísmo tan natural y tan humano en semejante caso, un estado de preocupación, de temor personal, la obsesión de la demencia, de la que toda persona de letras está afectada por contagio.

Mi especial situación de doctor-escritor ha hecho de mí el médico de un gran número de hombres de letras que son al mismo tiempo mis clientes y mis colegas. So pretexto de una gripe, he sido muy solicitado estos últimos días. Ganaría muchísimo dinero si no fuesen mis amigos. Cuando me muestran sus amígdalas, su lengua, y ausculto sus pulmones, no hay ninguno de ellos que no me diga con una mirada inquieta:

– Ideas turbias, pensamiento vago... veo un futuro muy negro en mí... me encolerizo haciendo temblar la casa... y luego, caigo en un debilitamiento... Si me fuese a volver chalado yo también, ¿me lo diría?...

O bien, estas son las perífrasis más timoratas:

– ¿En que se reconocen los presagios de la locura?... ¿Es cierta la historia del doctor Garnier y del Horla?... Déjeme el volumen de Lombroso sobre el Genio y la Locura, usted debe tenerlo... No es que tenga miedo...

Naturalmente rehúso, pues es un libro muy malo, además es diabólicamente confuso, repleto de dudosos documentos y afirmaciones muy atrevidas. Pero el editor me afirma que esta semana ha vendido un montón de ejemplares de la traducción francesa.

El Sr. Jules Lemaître nos predecía ayer elocuentemente la locura como el fin del mundo, de aquí en poco tiempo.

Varios de nuestros colegas ya han entrevistado a los sabios que, según su costumbre, han dado cada uno una opinión diferente. ¡A qué santo invocarse, Señor!

Yo también he preguntado a algunos especialistas: sin duda, no son todos de la misma opinión sobre todos los aspectos, y sin embargo, al escucharles, he adquirido la convicción de que la ciencia, esta pobre ciencia a medio camino y que constata no saber todo aún, posee desde ahora un pequeño número de ideas precisas sobre el parentesco más o menos cercano de la alineación mental y la vocación artística. Y he aquí en qué medida:

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En primer lugar, deben saber que proporcionalmente no hay mas hombres de letras que corredores de bolsa u hombres de negocios en los manicomios. El Dr. Motet, el Dr. Blanche y en general todos los alienistas lo corroboran y lo demuestran. Porque los primeros son más célebres, su demencia es más sonada que la de los burgueses desconocidos por la multitud, sencillamente.

El caso de Maupassant es excepcional. En su familia hay varios alienados, puedo decirlo, puesto que ya se ha dicho. Además dedicó mucho tiempo al abuso de los que se denominan excitantes artificiales del pensamiento. Muy recientemente, antes de su partida para Cannes, yo conversaba con él de la psicología de su volumen Pierre et Jean, de su maravillosa lucidez describiendo los celos, él, que es cualquier cosa menos celoso. Y me respondió:

–En ese libro, que usted encuentra tan lúcido, y que yo también creo que da la nota exacta, no ha sido escrita ni una sola línea sin embriagarme con éter; he encontrado en esa droga una lucidez superior, pero me ha hecho mucho daño.

Con taras hereditarias y drogado, es más que suficiente para explicar las crisis sin que haya necesidad de incriminar a la literatura.

Por regla general, los escritores y los artistas que no pertenecen a una familia de enfermos y que no se drogan, no se vuelven locos. Es por lo que hay que tranquilizar a algunos.

Además cuando sobreviene la demencia, jamás está en razón directa con:

1º El grado de talento, pues las tachaduras son tan frecuentes en los locos como en los maestros.

2º En la naturaleza del talento, pues, véase a los Goncourt: es completamente imposible disociar la parte de cada uno de ellos en su obra en común; el autor de la Fille Elisa y de la Faustin se parece muy poco a los autores de Charmes Demailly y de Manette Salomon; un poco menos de espíritu centelleante, un poco más de melancolía, y eso es todo. Ahora bien, Jules de Goncourt murió sin su razón, y Edmond de Goncourt, después de una depresión muy cruel que duró tres meses y un fuerte ataque de influenza, está hoy más saludable y lúcido que nunca.

3º La demencia no está ya en relación directa con la disposición a la lucha, con los excesos de trabajo, con las dificultades de la vida. Baudelaire, Flaubert, Jules de Goncourt, Maupassant, jamás han conocido la miseria. Maupassant en particular ha triunfado muy joven y de un modo soberbio, ¿no es así?

Es pues en vano que se invoque también a los excesos femeninos, los abusos de placer; los candidatos a la locura, como dicen los médicos, están más frecuentemente atenuados desde este punto de vista especial. Nada que concluir por ahí.

 

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Sin duda muchos hombres de letras están sujetos a rarezas, ideas fijas, prejuicios, manías, perversidades morales, lagunas en el razonamiento. El orgullo, la vibrante sensibilidad, la irritabilidad moral, el temor al fracaso, se desarrollan fácilmente en su excepcional alma. No son signos de perfecto equilibrio, desde luego, pero la gran conclusión que debemos inferir es que las personas con talento no son semejantes al vulgo.

Lombroso, que en realidad él mismo es un desequilibrado, va muy lejos en su entusiasmo viendo la locura por todas partes.

En un artista, el orgullo se convierte en delirio de grandeza; la melancolía en paranoia; las distracciones no son más que ausencias epilépticas; el lirismo, es delirio; el ritmo, una manía; la vivacidad de carácter, locura furiosa; el desaliento, coma.

De ese volumen de quinientas páginas, cuyas conclusiones atormentan tanto a los hombres de espíritu, una sola cosa permanece más o menos demostrada. Y esta cosa es la que explico a continuación.

Ocurre con bastante frecuencia que la vocación artística, que «el fenómeno talento», se desarrolla en una familia de degenerados, como se suele decir. En esas familias demasiado antiguas, con exceso de vida, los retoños no vienen al mundo en un estado normal, en el estado medio vulgar por así decirlo: hay en ellos canijos, idiotas o locos; o también demasiados elevados, hombres superiores, los pioneros de la humanidad en lo bello o en lo auténtico del mañana.

A la impasible naturaleza no le gustan las excepciones. «Esencialmente es igualitaria y niveladora», como dice excelentemente el Sr. Charles Richet en su prefacio a Lombroso. Se sabe en zoología que algunas razas de insectos mueren inmediatamente después de la reproducción de la especie. Morir por fecundar, esa es en cierta medida la ley de aquí abajo. Cuando un árbol está al límite de savia, produce en las mimas ramas unos abortos simultáneamente con unos frutos monstruosamente bellos. La humanidad está hecha así, eso es todo.

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En resumen, los hombres de letras, los artistas están sujetos a volverse locos, para siempre o momentáneamente, cuando la herencia se involucra – como en los demás, quizá un poco menos que en los demás. He aquí porque.

Nacen con bastante frecuencia familias degeneradas; entre sus antepasados, colaterales o descendientes tienen un desequilibrado o un alienado. Pero suponiendo que su vocación artística sea propia neurosis, su modo de ser unos degenerados, ella les salvaguardaría más bien de la verdadera demencia: es un feliz derivativo.

Casi todos aquellos que conocemos, los más exaltados, los más líricos, los más «mártires de su obra», los más atormentados por la vida, no son más que unos neurasténicos, unos desequilibrados como todos los civilizados. Su razón no se oscurecerá. Muchos de entre ellos, al salir de sus sublimes meditaciones, todavía encuentran suficiente lucidez para llevar muy bien sus asuntos.

Por lo demás, la investigación es tranquilizadora. Mis queridos colegas, llorad con todos nosotros la bella inteligencia de nuestro amigo que, tal vez, no esté para siempre perdida. Pero permaneced sin temor por vosotros mismos: el manicomio no os acecha. No leáis a Lombroso, ¡os lo ruego! No generalicéis lo que no es más que un caso aislado. No toméis el pulso a vuestro cerebro productor.

Acordaos más bien de L’Oeuvre de Zola. Abrid ese libro por su última página. Todo ha acabado. Claude muere loco; lo han llevado al cementerios, y Sandoz, enjugando sus lágrimas, dice a su viejo maestro Bongrand esta simple frase, realmente soberbia, y que es hoy de circunstancia:

–Vamos a trabajar.

No es larga, pero lo dice todo.

Maurice de Fleury.

 

Publicado en Le Figaro, el 10 de enero de 1892

Traducción de José Manuel Ramos González

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